Envidia, jactancia y arrogancia. ¡Hay! Dios. 

 

Como la furia de los leones, tigres y osos, es la naturaleza de la envidia, la jactancia y la arrogancia. Esta no será una reflexión fácil, como otras.

 

Por supuesto, la envidia, jactancia y arrogancia no son palabras sobre las que nos guste reflexionar. Son emociones que no querríamos admitir, que son defectos con los que luchamos y sin embargo, existen, alto y claro en nuestro mundo, e ignorarlas no niega su presencia, mucho menos señalarlas en los demás, puede negar su presencia en nosotros.

 

Entonces, ¿No deberíamos echar un vistazo “dentro del closet”?, por así decirlo, ¿Cómo debemos mirarnos a nosotros mismos e identificar la envidia, la jactancia y la arrogancia presentes en nosotros? Y además, ¿qué vamos a hacer al respecto?

 

Primero, comencemos por entender por qué nos debe importar si la envidia, la arrogancia y la jactancia están presentes en nuestro carácter. ¿Por qué es importante? En:

 

1 Corintios 13:4. “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece”.

 

Si queremos ser personas de AMOR, portadores de amor para el mundo que nos rodea, entonces la envidia, jactancia y arrogancia son características que tienen que desaparecer.

 

¿Qué es la envidia? La envidia se describe como un hervidero de odio y celos. Son los celos en su manifestación extrema. La envidia puede llevar a una persona a hacer cosas, a decir cosas hirientes e incluso dañinas para los demás. La envidia es similar a la falta de perdón, es como beber veneno y esperar que la otra persona muera. La envidia es un veneno.

 

Proverbios 14:30 nos dice: “La paz del corazón da vida al cuerpo, pero la envidia pudre los huesos”.

 

La envidia pudre los huesos, nos come por dentro, cuando miramos desde afuera las situaciones de otros, y comparamos, juzgamos las formas de vida y bendiciones de los demás, como mejores que las nuestras, podemos llegar a sentir envidia. La envidia no coexiste con el amor. 

 

Los hermanos de José fueron ejemplos de la envidia que se asentó en el corazón de los hombres. La envidia de los hermanos de José los llevó a tirarlo en un pozo y dejarlo por muerto y luego venderlo como esclavo. José, un hombre nacido en una posición de propósito que no eligió, tuvo que soportar el dolor y el daño de la envidia de sus hermanos.

 

Sin embargo, Dios lo permitió porque, lo que estaba destinado a mal, El lo encaminaría a bien. Usó a José, el envidiado, el desechado, como instrumento para rescatar a su pueblo del hambre y prosperarlo.

 

La envidia revela mucho sobre nuestro corazón, sobre lo que valoramos y sobre lo que creemos que merecemos y lo que otros no merecen. Revela nuestra creencia de que tenemos derecho a juzgar el valor de los demás.

 

En 1 Corintios 13:4  también nos dice, que el amor no se jacta. Entiendo, que este versículo significa que el Amor en mí, no se jacta del amor en mí. 

 

El amor en mí, o el amor en nosotros, se sostiene por sí solo, sin necesidad de jactancia. El amor en nosotros se muestra, se demuestra, se pone en acción, no necesita ser hablado o explicado. Simplemente es. Habla por sí mismo. Se sabe porque se muestra.

 

La jactancia se describe como, emplear adornos retóricos para ensalzarse uno mismo, en exceso. La jactancia apunta a una clara motivación detrás de la exhibición o acto de amor. La jactancia indica más preocupación por ser notados o aplaudidos, que por mostrar amor como un desbordamiento del corazón, como Cristo obrando en nosotros.

 

–  Mira lo que hice …  ¿Ves cómo amé…? ¿Ves cómo serví? ¿Ves cómo les dí?- ¿En qué parte de tu vida estás sirviendo con la expectativa, de que alguien se dará cuenta y te elogiará, por la forma en que has servido o amado a los demás?

 

Un corazón silencioso pero con estas motivaciones, es lo mismo que un corazón jactancioso, precisamente porque el autoelogio no está verbalizado en este caso, actuar en aras del elogio, brota de la misma raíz jactanciosa.

 

En cambio, a medida que Cristo crece en nuestros corazones y vidas, menos nos damos cuenta de nuestro servicio. Servir y amar a los demás se convertirá en una segunda naturaleza. Servir y amar bien a los demás fluye de nosotros tan fácilmente como recitar nuestro nombre y dirección.

 

También entendemos de 1 Corintios 13:4 que el amor, no es envidioso o jactancioso. También nos dice que el amor No es arrogante.

 

La arrogancia es prima cercana de la jactancia. La arrogancia se regodea en sí misma, buscando reafirmarse por sus buenas acciones en lugar de preocuparse por el acto de amor y servicio a los demás. La arrogancia nos hace colocarnos a nosotros mismos en primer lugar. La arrogancia infla la realidad, hace que los actos de amor y servicio, sean más grandes de lo que son, asumiendo el crédito por todo lo que se hace.

 

Definiendo estas palabras, envidioso, jactancioso y arrogante pinta un cuadro que es claro, acerca de lo que no es el amor. 

 

Para mí, parece obvio que el amor no incluye estos comportamientos, sin embargo, fácilmente podemos dejarnos llevar por el “hacer y mostrar”, más que por el “ser y poder de transformación” del amor.

 

El amor de Cristo obrando en nosotros nos moldea para ser y convertirnos en una persona, que no ama desde un lugar arrogante, envidioso o jactancioso. Si, el amor no es envidioso, jactancioso o arrogante, entonces el odio sí lo es, y el amor es todo lo contrario: Generoso, modesto y humilde.

 

El amor es Jesús y estas características: Generosidad, modestia y humildad, son solo el comienzo de la persona de Jesús, y podemos llegar a parecernos a Él, a medida que crecemos en nuestra relación con Él.

 

Una vida rendida al poder y la presencia de Jesucristo será transformada a su semejanza. Ya no actuaremos desde el odio, sino desde la abundancia del AMOR que Cristo ha derramado sobre nosotros.

 

2 Corintios 3:18 dice: “Así que todos los que se han quitado ese velo pueden ver y reflejar la gloria del Señor. Y el Señor, que es el Espíritu, nos hace más y más semejantes a él a medida que somos transformados a su imagen gloriosa”.

 

La buena noticia es que, Cristo obrando en nosotros nos transforma, de adentro hacia afuera. Él lavó la huella del mundo sobre nosotros, y nos hace nuevos. Nos da corazones de carne, reemplazando los corazones de piedra. Nos convertimos en Suyos, hijos de Su luz gloriosa.

 

¿Te apoyarás en Él hoy, y le pedirás que te cambie de adentro hacia afuera para que seas más amoroso y elimine cualquier jactancia, envidia o arrogancia que pueda existir en tu corazón?

 

Señor Dios, gracias por quitar el velo que cubría nuestros rostros, antes de que dijéramos Sí a seguirte. 

Ayúdanos hoy a reflejar el amor y tu gloria, al mundo que nos rodea. Protege nuestros corazones de los patrones de este mundo, que nos llevan a creer que podemos amar, aún siendo envidiosos, jactanciosos y arrogantes. Señor, tu palabra nos dice que el AMOR no es ninguno de estos, sino que el AMOR se ve y se manifiesta a través de la persona de Jesús, que es humilde, generoso, amable, manso y mucho más. Transfórmanos de adentro hacia afuera, para que cuando sirvamos, sirvamos y amemos, desde corazones que deseen darte la gloria a ti, y no, a nosotros mismos. En ti se encuentra el amor. Atrae a todos los hombres hacia ti. En el nombre de Jesús, Amén.

Transcrito por Carola Pérez-Vera