Hay una dulzura infinita a tu alrededor. La mansedumbre infinita es la presencia de Dios. Ya
sea que no lo reconozcamos o seamos conscientes de su presencia Él, está en medio de
nosotros. Y Él es anuente de nuestras necesidades, pero, ¿somos nosotros conscientes de Él?
Una de mis características favoritas de Dios, es Su mansedumbre. A través de Su
mansedumbre experimentamos tanto Su poder como Su amor. A través de su dulzura somos
consolados y nuestras lágrimas son enjugadas. Él nos une en relaciones que nos alientan y
nos mueve a la paz en nuestras vidas.
El amor de Dios se manifiesta a través de la mansedumbre. Su gentileza es inmensa, porque
es lo suficientemente grande para todas nuestras cargas, todos nuestros errores y pasos en
falso, todo nuestro dolor, todas nuestras lágrimas y heridas. La gentileza de Dios se expande
para cubrir todas nuestras necesidades.
Cuando recibimos Su amor, recibimos Su mansedumbre.
1 Reyes 19:12: “Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el
fuego un silbo apacible y delicado.”
¿Cómo crees que se ve el poder y la fuerza? ¿Crees que puedas reconocer el poder en un
susurro?
Cuando pienso en poder, pienso en fuerza y presión. Sin embargo, Dios, que tiene todo el
poder y la autoridad, ejerce su poder sobre nosotros a través de la mansedumbre.
Dios hizo notar su presencia a Elías, no a través del temblor y la sacudida de un terremoto o el
calor de un fuego, sino a través de la dulzura de una brisa suave y un susurro silencioso.
Un susurro es fácil de perder, fácil pasar por alto, fácil de descartar. Pero el hecho de que sea
fácil pasarlo por alto, no le resta valor a su poder y presencia. Creo que Dios viene a nosotros
como un susurro silencioso porque Él sabe que tenemos que despojarnos. Dejar de lado las
otras cosas más fuertes y aparentemente poderosas que pueden influir en nosotros. Estamos
llamados a un lugar más alto, a una forma alternativa de vivir y relacionarnos con los demás.
Se nos dice en Efesios 4 que debemos ser humildes y mansos. Y que el producto de nuestra
mansedumbre y humildad es la unidad.
Efesios 4:2-4: “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los
otros en amor, 3 solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; 4 un cuerpo,
y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;”
El Espíritu vivo y actuando en nosotros nos ayudará a vivir en unidad. La unidad no se puede
lograr sin gentileza. Dios en Su infinita sabiduría, nos da instrucciones sobre cómo podemos
vivir amablemente con los demás a través del Espíritu que obra en nosotros. Es la amabilidad
de Dios con nosotros lo que nos lleva a la unidad con Él. Él no nos espera con un mazo en la
mano para condenarnos por los errores que hemos cometido. Por el contrario, se nos dice en
las Escrituras que Dios espera que nos acerquemos a Él, para poder amarnos, Él quiere
mostrarnos Su misericordia. Si eso no grita dulzura, no sé qué lo hará.
Isaías 30:18-19: “Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y, por tanto, será
exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados
todos los que confían en él. Ciertamente el pueblo morará en Sion, en Jerusalén; nunca más
llorarás; el que tiene misericordia se apiadará de ti; al oír la voz de tu clamor te responderá.”
Puede que estés en una temporada de tu vida, -como yo-, en la que lees este versículo y tu
mente no puede comprender “no más llanto”. La sola idea de que habrá un momento y un lugar
donde no haya angustia parece inalcanzable y como un producto de la imaginación, solo para
ser visto en películas o leído en fantasías.
Pero este lugar, este tiempo, de no más llanto, llegará y estará disponible para todos los que
digan sí a Jesús. Está disponible para todos los que dicen sí al único Señor Dios, Rey de
Reyes y Príncipe de Paz.
El Señor nos muestra Su mansedumbre a través de Su amor por nosotros. Él creó un lugar y
un tiempo, en la eternidad, en el que llegaremos a vivir con Él. Cuerpos hechos nuevos,
corazones refrescados, mentes renovadas, las heridas que experimentamos y el sufrimiento
por el que estamos pasando ahora, serán como nada en comparación con la gloria, la
majestad, el completo Shalom que experimentaremos en los días venideros.
Padre Dios, vengo ante ti mientras me siento y escribo estas palabras y te pido que animes
nuestros corazones hoy. Anima y eleva los corazones de mis hermanos y hermanas en la fe
para saber sin sombra de duda que hay mejores días por delante. Ayúdanos a saber desde lo
más profundo de nuestro ser que estás con nosotros, en los días más difíciles y en los mejores
días. Nunca nos dejas y nunca te alejas de nosotros.
Dios, ayúdanos a confiar en ti en los momentos desordenados, en los lugares incómodos, que
nos presionan más allá y exponen nuestra necesidad de ti. Ayúdanos a soltar el control e
intercambiar nuestro deseo de control por lo que tú quieres que aprendamos. Te lo pido en el
nombre de nuestro salvador Jesús Amén.
Para obtener más recursos para crecer en esperanza y fe, visite mi sitio web.
Transcrito por Carola Peréz-Vera
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